La libertad religiosa contra el socialismo: elegir entre ser agentes libres o simples objetos

0

La libertad religiosa no es un accesorio de la democracia: es su piedra angular. Allí donde se respeta la conciencia, florecen sociedades libres; allí donde se sofoca, todo lo demás cae detrás. La Argentina necesita recordarlo con urgencia: no somos engranajes de una máquina estatal, somos agentes morales con albedrío, capaces de elegir, de creer y de vivir de acuerdo a nuestras convicciones más profundas.

El liberalismo lo entendió desde el principio: limitar al poder no es un capricho, es la única forma de asegurar que nadie pueda dictar lo que cada persona debe creer. Por eso, cuando en Estados Unidos se proclamó la independencia, la libertad religiosa fue puesta como un pilar innegociable. Sin este cimiento, la democracia sería apenas un disfraz de tiranía.

El socialismo: enemigo de la conciencia

El socialismo y la izquierda actuales atacan este principio desde la raíz. No ven al ciudadano como un sujeto libre, sino como un objeto moldeable. Para ellos, la conciencia individual es un obstáculo que debe ser disciplinado. Y donde logran imponerse, lo hacen siempre del mismo modo: suprimiendo libertades para forzar la obediencia a un proyecto político único.

  • En la educación, buscan reescribir valores y creencias desde los manuales oficiales, intentando fabricar generaciones “a medida del Estado”, sin importar la fe de las familias.
  • En la salud, pretenden borrar la objeción de conciencia, obligando a profesionales a actuar contra sus principios más íntimos, como si fueran brazos mecánicos y no seres humanos.
  • En el espacio público, disfrazan de “lucha contra el odio” lo que en verdad es censura: restringir la palabra de comunidades religiosas porque incomoda al discurso oficial.
  • En lo administrativo y económico, someten a iglesias y organizaciones de fe a una telaraña de permisos y subsidios, utilizados como armas de presión y castigo político.

No se trata de excesos aislados: es la lógica inevitable del socialismo. Para sostener su ficción de igualdad absoluta, debe aplastar el libre albedrío, porque un pueblo consciente de su dignidad jamás aceptaría ser tratado como objeto.

Liberalismo o sometimiento

La pregunta, entonces, es simple: ¿queremos ser dueños de nuestra conciencia o piezas de un engranaje?
El liberalismo defiende al individuo frente al poder. Afirma que la persona —con su fe, sus convicciones y su moral— es anterior y superior al Estado. El socialismo, en cambio, lo invierte: el Estado primero, la persona después. En ese esquema, la religión estorba, porque recuerda que existe una verdad más alta que el gobierno de turno.

Por eso cada vez que la izquierda avanza, la libertad religiosa retrocede. No hay excepción. La historia está llena de ejemplos: allí donde el socialismo se instala, las comunidades de fe terminan perseguidas, vigiladas o reducidas al silencio.

Argentina necesita elegir

Nuestra nación debe decidir de qué lado quiere estar. Si queremos una democracia real, debemos colocar la libertad religiosa en el centro del pacto social. No como un privilegio para algunos, sino como la garantía de que todos —creyentes y no creyentes— podemos vivir sin miedo a que nos dicten lo que debemos pensar o decir.

El liberalismo ofrece ese camino: reglas parejas, un Estado neutral y limitado, y el reconocimiento de que cada ciudadano es agente de su destino, no material para moldear en manos del poder.

El socialismo, en cambio, ofrece un espejismo: igualdad impuesta que, en los hechos, convierte a los hombres en meros objetos bajo la mirada paternalista del Estado. Un modelo que promete justicia, pero que arranca de raíz la libertad de conciencia y destruye el pluralismo democrático.

Conclusión

Defender la libertad religiosa hoy en la Argentina no es un asunto secundario ni exclusivo de quienes tienen fe. Es defender la dignidad del ser humano como agente moral, dueño de su conciencia y de su destino.

Es momento de decirlo sin rodeos: el socialismo atenta contra ese principio sagrado y amenaza con reducirnos a engranajes obedientes. Sólo el liberalismo, con su respeto irrestricto por el individuo, garantiza que podamos vivir nuestras creencias más profundas en completa libertad.

La disyuntiva está planteada: o elegimos el liberalismo y la libertad religiosa como cimiento de la democracia, o aceptamos el socialismo que nos convierte en objetos. Y si elegimos lo segundo, ya no será democracia: será sumisión.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Copy link