La letra chica del poder. Cuando redactar es obedecer.

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Durante años trabajé en Legislación, redactando normativas que luego se convertían en Resoluciones Generales. Desde afuera, puede parecer un trabajo técnico, casi neutro. Pero desde adentro, entendí que escribir para el Estado es mucho más que aplicar reglas: es moldear la realidad, definir lo que se permite y lo que se prohíbe, lo que se premia y lo que se castiga.

Redactar no era simplemente poner en palabras lo que otros decidían. Era interpretar silencios, traducir intenciones, disfrazar imposiciones. A veces, lo que se pedía no tenía lógica jurídica ni sentido operativo, pero debía salir igual. Porque “venía de arriba”. Porque “ya estaba acordado”. Porque cuestionar era exponerse.

No llegué a vivir la imposición del lenguaje inclusivo, pero sí otras formas de presión ideológica.
Recuerdo cuando se redactaban normativas para no aplicar impuestos a la base satelital china en Neuquén. No había que imponer nuestras reglas, ni siquiera reconocer que los contratos se firmaban en territorio argentino. La consigna era clara: facilitar, no molestar.

También vi cómo se eximía del impuesto a los combustibles líquidos a ciertas empresas que luego adquirieron medios de comunicación afines al poder. Y cuando surgió la necesidad de controlar la trazabilidad de la efedrina, aparecieron ideas delirantes, imposibles de implementar, pero que igual se discutían como si fueran sensatas.

En otro momento, se quiso convertir a todos en agentes de información. La obsesión por el control se disfrazaba de transparencia, pero era solo vigilancia.
La Resolución General 3561 de AFIP lo dejó claro: había que informar todo, desde operaciones semanales hasta duplicados electrónicos.

Me encontré muchas veces frente al dilema de obedecer o resistir. De escribir lo que no compartía, o de intentar modificarlo sin que se notara. Porque quien redacta tiene poder, pero también está vigilado. Y en el Estado, el lenguaje no es solo herramienta: es frontera, es trampa, es blindaje.

La letra chica del poder no está en los discursos. Está en las resoluciones, en los anexos, en los párrafos que nadie lee pero que todos deben cumplir. Ahí se esconde la verdadera intención del sistema. Y quienes la escribimos, aunque no firmemos, somos parte de esa maquinaria.

Este artículo no busca denunciar, sino revelar. Porque el poder no siempre grita. A veces susurra. Y lo hace en voz baja, entre líneas, en la tinta de los que obedecen escribiendo.

“La legalidad no siempre es justicia. A veces es solo obediencia bien redactada.”

1 thought on “La letra chica del poder. Cuando redactar es obedecer.

  1. “La letra chica del poder no está en los discursos. Está en las resoluciones, en los anexos, en los párrafos que nadie lee pero que todos deben cumplir.
    Ahí se esconde la verdadera intención del sistema.”
    Ese renglón resume muchos de los proyectos de ley que se presentan en las cámaras. Donde los anexos que nadie lee dicen más que lo que se ve en los medios o se hace público.

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