Candidaturas testimoniales: el fraude elegante de la casta
No importa si estás en un barrio, en una ciudad o en algún pueblito perdido de la Patagonia: la “alta política” de todos los partidos tiene una herramienta sucia pero elegante para estafar al votante con total impunidad. Se llama candidatura testimonial.
Una candidatura testimonial es cuando alguien se postula sabiendo —y acordando en la cocina del poder— que no va a asumir. Que su nombre estará en la boleta solo para traccionar votos, para engañar a los electores que aún creen en la democracia representativa. Y luego, apenas pasada la elección, renunciará al cargo para el que fue “elegido”.
Así, sin culpa. Sin consecuencias. Con total descaro.
Esto no es de ahora. El caso de Sergio Massa es casi una clase maestra de esta práctica obscena. Fue como primer candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires. Ganó. Juró. Y a los pocos días… renunció. ¿Por qué? Porque nunca pensó en representar a nadie. Fue una movida estratégica del kirchnerismo, que usó su figura como anzuelo electoral mientras él seguía orbitando cargos ejecutivos. Una vez, Martín Insaurralde encabezó la lista de diputados, ganó y jamás cumplió en el Congreso. Lo suyo era la intendencia de Lomas de Zamora —la caja, la estructura, el control territorial—, no sentarse en una banca. Así que su imagen en la lista era un simulacro. Pero hubo más indignación de la que esperaban, así que, luego de jurar y ante las críticas al respecto, no le quedó otra que sentarse en su banca. Eso sí, se pidió licencia en su intendencia y mantuvo su banca solo un año. Cuando su candidatura testimonial ya no estaba en el foco, renunció. Un montaje con licencia de por medio. Lo peor de todo es que esto es legal.
Incluso en este nuevo mapa político, algunas viejas prácticas sobreviven como cucarachas después de la bomba. Otra vez conforman listas donde también parece que se colaron nombres que huelen a testimonio, no a convicción.
No en una, sino en varias listas.
Magario, que ya estafó a la gente presentándose como concejal en La Matanza y no asumió porque “obviamente me voy a quedar como intendenta”, ¿va a asumir esta vez, dejando su cargo de vicegobernadora?
Intendentes que se presentan para ocupar el cargo de mero legislador bonaerense… ¿seguro que abandonarán sus despachos?
¿Realmente podemos decir que representan al pueblo, que defienden la democracia, o estamos hablando de engañar al electorado con un simple préstamo de apellido y portación de cara para llenar una boleta?
Las candidaturas testimoniales son el acting institucional de una dirigencia que no siente vergüenza porque perdió el pudor y se siente impune para estafar al votante. Son como esos actores que no creen en la obra, pero igual cobran su parte.
Son el fraude perfecto: te hacen votar por una cara conocida y te terminan gobernando los desconocidos del fondo de la lista.
Así que, si ves que alguien ya tiene un puesto importante, es de votante sano fijarse quién es su suplente y quiénes ocupan los siguientes puestos de la lista. Porque, en caso de no asumir por testimonial, quienes te representen serán esos suplentes.
Los periodistas del sistema y algunos rosqueros populares suelen llamarlo “estrategia”, como si la traición al pueblo fuera una virtud política. Pero, desde mi punto de vista, no lo es. Es simplemente mentira. Es mostrarte una cara para esconderte otra. Es campaña con marketing y resultados sin responsabilidad. El político que encabeza una lista sin intención de asumir, al menos a mí, me está diciendo: “No sos tan importante como para que cumpla lo que prometí de representarte”.
Mientras tanto, el pueblo paga sueldos, recambios arbitrarios y una política que no representa nada, salvo el deseo perpetuo de la casta de seguir en el poder.
Los que no asumen, no solo son una canallada democrática, también están privando a otros de ocupar, gustosa y lealmente, esos cargos.
Pero hay un daño aún más profundo, menos visible, que también dejan estas maniobras: desalientan a los buenos.
A esos militantes honestos que creyeron en un proyecto, que caminaron los barrios, que debatieron con pasión y que soñaban con cambiar algo desde adentro. Cuando ven que sus esfuerzos terminan siendo usados para encubrir una candidatura falsa, se hartan. Se alejan. Se apagan. Y así, el sistema se autoprotege, porque solo sobrevive si los mejores se van.
Sin embargo, también es ahí donde puede encenderse algo nuevo. La rebeldía de los que ya no quieren ser parte del acting. La decisión de no prestarse más a la trampa. De decir que no. De exponer a los que cuando ganen no cumplan su tarea. De bancar a los que sí tienen intención de representar, aunque no midan tanto, aunque no tengan padrinos ni sellos prestados.
Si los buenos se quedan, si no se rinden, el decorado se cae.
Las candidaturas testimoniales no son responsabilidad solo de la casta política. También lo son del votante que las normaliza.