Día 1. Te ponen papel de diario en los ojos, te los atan y te ponen capucha. Luego te dan golpes en la nuca y en el resto del cuerpo. Sin ver de donde vendrá el golpe, entras en pánico. No dicen nada, solo te golpean.
Día 2. Interrogatorios del tipo poli bueno y poli malo
Día 3. Submarinos, te meten la cabeza en el agua y la sacan cuando pensas que estas por morir.
Sin poder ver luego la tortura cambia, es llevarte desnudo a lugares con frio o con calor. Olor a sangre, orín. Gritos y llantos de otros torturados. No ves nada. Perdes la noción del tiempo. Si tenes suerte no te violan.
No te dan agua, ni comida. Te ponen audios del dictador todo el tiempo.
Tu vida pasa a ser meterte en agua, frío, golpes, calor, hambre, patadas, discursos del dictador, preguntas que ya ni sabes responder, golpes… hasta que pierdas las ganas de vivir. Hasta que desees la muerte.
Entonces, te arrodillan, sabes que te van a matar porque sin ver, escuchas un gatillo y el sonido de bolsa de arena que cae sin ser arena cerca tuyo. Y escuchas otro gatillo y otra bolsa de arena sin ser arena que cae más cerca. Y entonces, sentís el arma en tu nuca. pero no disparan.
Te empiezan a dar de comer.
Ahí pensas que si te alimentan es porque te soltaran.
31 días después te llevan para que declares a un tribunal que no te ha pasado nada en el tiempo que estuviste desaparecido.

Yo, Potus Amarillo, acabo de escuchar ese testimonio con mis propios oídos de un sobreviviendo de la dictadura en Venezuela y lloré desde argentina, acostada en al comodidad de mi cama. Lloré por todo Venezuela.

Me retumbó en el alma la voz de ese ser humano que me dijo: “Esta gente no tortura, esta gente aplica y disfruta el sadismo. A eso nos enfrentamos”

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